En España, invertir sigue siendo un terreno minado por la falta de cultura financiera. La mayoría de ciudadanos asocia “inversión” con algo complejo, arriesgado o reservado a quienes “entienden de bolsa”. Esa brecha de conocimiento no es casual: durante décadas, bancos y asesores han vendido productos más por su rentabilidad para la entidad que por su idoneidad para el cliente. Hoy, la figura del gestor bancario ha cambiado radicalmente: ya no es un asesor que vela por el patrimonio del cliente, sino un comercial con objetivos de venta que debe colocar fondos, seguros o productos estructurados, muchas veces sin considerar el verdadero interés del particular. En este contexto, el debate entre gestión activa y gestión pasiva no es solo una cuestión técnica, sino un reflejo de un sistema financiero que ha olvidado a quién debería servir.
La gestión activa: la gran promesas frente a realidad.
La gestión activa consiste, en teoría, en que un equipo de expertos selecciona y ajusta las inversiones buscando batir al mercado. El problema es que, la gran mayoría de fondos activos no supera a su índice de referencia a largo plazo, y cuando lo hacen, las comisiones suelen devorar buena parte de ese “éxito”. En la práctica, muchos gestores venden la idea de que su análisis y experiencia justificarán un rendimiento superior, pero los números son claros: se paga más por una promesa que rara vez se cumple. Y lo más preocupante es que, aun sabiendo esto, los bancos siguen colocando fondos activos como si fueran la panacea, porque es ahí donde está su margen de beneficio.
La gestión pasiva: sencilla, barata… y mal explicada.
La gestión pasiva busca replicar un índice en la mayoría de los casos el S&P 500 sin pretender batirlo. Sus ventajas son evidentes: costes bajos, transparencia y una rentabilidad históricamente más consistente que la mayoría de fondos activos. Pero en España, este modelo no interesa a las grandes entidades: comisiones reducidas significan menos ingresos para el banco. Por eso, aunque la gestión pasiva ha crecido gracias a la irrupción de plataformas independientes, los bancos tradicionales siguen disfrazando productos pasivos como si fueran exclusivos, cargándolos de gastos innecesarios o imponiendo condiciones absurdas. El resultado es ridículo, el cliente cree que está invirtiendo de forma eficiente, pero en realidad sigue atrapado en el mismo esquema de siempre.
El nuevo perfil del inversor español: las criptomonedas como mercado de prácticas .
La fiebre de las criptomonedas ha roto, en parte, esta inercia. Miles de particulares, que jamás habían invertido, se lanzaron al mercado atraídos por promesas de rentabilidad rápida y por la idea de 'invertir sin intermediarios'. Aunque muchos han perdido dinero por desconocimiento o volatilidad, este fenómeno ha tenido un efecto inesperado: ha despertado el interés por entender cómo funciona la inversión, y ha puesto en evidencia que existen alternativas más allá de lo que ofrece el banco de toda la vida. Ahora, muchos ciudadanos comparan, buscan información y cuestionan a sus gestores cuando les ofrecen un fondo del 1,8% anual mientras el índice que imita da un 3,5% con menos costes.
El verdadero problema: la asimetría de información
El ciudadano medio no elige entre gestión activa y pasiva en base a criterios técnicos, sino según lo que le ofrece su banco o el comercial de turno. Esto perpetúa un modelo en el que la gestión activa sigue dominando, no por sus méritos, sino por su rentabilidad para las entidades. La CNMV ha insistido en la necesidad de transparencia en costes y rendimientos, pero en la práctica, el lenguaje técnico y la información parcial siguen dejando al inversor en desventaja. Mientras no haya un cambio cultural y educativo, los intereses del particular seguirán subordinados a los objetivos comerciales de las entidades.
Cual es el objetivo que debemos perseguir como inversores, menos fe, más datos… y más independencia.
La elección entre gestión activa y pasiva no debería basarse en eslóganes ni en la confianza ciega en un gestor que trabaja para el banco. Para horizontes largos y sin necesidad de liquidez inmediata, la gestión pasiva ofrece, de media, más rentabilidad neta y menos riesgos de 'engaño por comisión'. La gestión activa puede tener sentido en casos muy concretos, pero no como opción por defecto. El inversor español debe entender que el banco no es su socio: es un intermediario con intereses propios. Cuanto antes lo asuma y aprenda a contrastar datos, menos dependerá de promesas huecas y más control tendrá sobre su propio dinero.
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